viernes, 14 de septiembre de 2012

UN PAÍS HECHO CASCOTES





Los españoles se enfrentaban en 1978 a retos colosales: restaurar su dignidad cívica tras décadas de sometimiento a una burda dictadura amañada en los cuarteles y las sacristías; construir un estado democrático integrado en Europa y que garantizase los derechos sociales y el bienestar de los españoles; y construir una nación moderna, laica, democrática, integradora y comprensiva que superase la España construida por el nacionalcatolicismo sobre el odio a la diferencia y la persecución de la disidencia. El esfuerzo de entendimiento que durante la Transición hicieron la derecha moderada y democrática de UCD, la izquierda derrotada en 1939 y los nacionalistas catalanes parecía haber despejado el camino para fuese posible otra España, la España de todos.

Pero... ¿cuándo comenzó a desmoronarse ese proyecto? ¿Cuándo comenzó a cuartearse el edificio construido para protegernos de ese pasado nuestro que aún sigue quemando? ¿Comenzó cuándo los cachorros de Alianza Popular se hicieron con el control de la derecha razonable que había forjado Suárez? ¿Cuándo el Partido Popular nos montó en lomos de la especulación urbanística cifrando en esa sola carta toda nuestra prosperidad? ¿Cuándo Aznar se creyó dueño de la verdad y legítimo heredero de una España de esencias eternas? ¿Cuándo los muertos volvieron a ser un arma arrojadiza? ¿Cuándo Zapatero convirtió la vacuidad y la frivolidad en norma de gobierno o cuando irresponsablemente abrió un debate territorial que a nadie urgía? ¿Cuándo el PSOE cerró los ojos ante la avalancha de la crisis que se nos echaba encima? ¿Cuándo?

Aquella España posible, la España viable de 1978 se ha torcido poco a poco, ante la indiferencia de una sociedad que el franquismo dejó apartada de la cosa pública y desmovilizada, que esa es la gran victoria histórica de Franco: haber hecho de los españoles unos irresponsables políticos, unos eunucos cívicos y éticos. Vivimos un inmenso fracaso colectivo: no es ya el hundimiento de la economía sino el naufragio de todos los aspectos de la vida española. El régimen de 1978 ha sido incapaz de superar los retos históricos a los que se enfrentaban y el 11 de septiembre de 2012 España volvía a ser la España fracasada de siempre. Con la democracia y sus instituciones prostituidas por los partidos, con su ruido de sables y su remozado maridaje entre el nacionalismo español y la Conferencia Episcopal, con sus colas de humillados en las puertas de los comedores sociales, la España eterna haciendo gala de su barbarie en los llanos de Tordesillas mientras una multitud incontable llenaba las calles de Barcelona pidiendo la independencia de Cataluña.

El concepto de España se está convirtiendo en un concepto incómodo para cada vez más ciudadanos y no tenemos ni un solo motivo para no tener miedo: las cosas pueden ir a peor en los próximos meses. ¿Quién frenará el ansia independentista en Cataluña y quien lo hará en el País Vasco tras la victoria del nacionalismo étnico? ¿Cómo pueden sentir que España es su país los jóvenes sin futuro, los parados sin esperanza, los enfermos despreciados, los trabajadores y funcionarios maltratados? ¿Cómo sentirse cómodos en un país que vuelve a segregar a los niños y a las niñas en las escuelas y que dónde únicamente no recorta en educación es en profesores de religión?

Es como si se hubiesen descerrajado los siete candados del sepulcro del Cid y se le hubiese dado suelta a nuestros demonios familiares, que vuelven a campar a sus anchas. La idea de la España de todos está hecha cascotes y se irá deshaciendo más y más conforme el gobierno de Rajoy –arrebatado hasta el paroxismo por la reducción del déficit– se ensañe con su terapia del recorte sobre el cuerpo de la sociedad española, cada vez más cansada, más harta, más dominada por las ganas de revancha. Tristes días los por venir.

(IDEAL, 13 de septiembre de 2012)

1 comentario:

Miguel Pasquau dijo...

España se normalizará el día en que esté resuelto el problema de cómo y en qué condiciones democráticas un territorio puede segregarse y constituirse en un nuevo Estado. Entonces su "esencia" no será mítica, nacional, folclórica ni militar, sino democrática. Temo más una secesión impuesta por élites políticas oportunistas que la decidida en procesos democráticos razonables (una mayoría cualificada y homogénea dentro de un territorio bien delimitado, una determinación clara del censo electoral, un conocimiento cabal de las consecuencias de todo tipo de una u otra decisión).

Soy de los que prefieren una España con Cataluña dentro. Pero apoyaría sin dudarlo una reforma de la Constitución en la que se configurara, de manera similar a la canadiense, un procedimiento democrático para la secesión.

Ese día España quedaría por fin normalizada, y se acabarían por fin las nauseabundas coartadas victimistas de los nacionalistas. Ese día los partidos nacionalistas se enfrentarían, por fin, a una pregunta difícil, y no a un muro en el que pintar discursos fáciles.